Hay una nueva epidemia en las organizaciones y no está en los pulmones, sino en la cabeza de quienes lideran. La indecisión se está convirtiendo en el nuevo hábito corporativo. He visto jefes pedir más datos, más escenarios, más opiniones, más PowerPoints, y aun así no moverse. Cuando finalmente deciden, al día siguiente la decisión “expira”. Como un token bancario que vence en 30 segundos.
Y entonces, todo el equipo… a empezar de nuevo.
El mito del líder analítico se ha degenerado en algo más patológico: el “decisionismo crónico diferido”. En palabras simples: el líder que no decide porque teme errar, perder estatus o quedar mal. Lo paradójico es que la inacción también deja huella —y suele ser una cicatriz.
¿Qué pasa cuando un líder no decide?
Un estudio de McKinsey revela que los equipos cuyos líderes posponen decisiones críticas pierden hasta un 17% en productividad anual. Otra investigación de Harvard Business Review encontró que los líderes indecisos aumentan en un 28% el nivel de ansiedad y desmotivación de sus equipos.
La razón es simple: el equipo vive en una sala de espera eterna. Y nadie se inspira esperando.
La perfección como excusa
El líder que busca la decisión “perfecta” suele olvidar que lo perfecto es enemigo de lo oportuno. En un entorno líquido, lleno de variables cambiantes, la decisión no es un acto de certeza sino de coraje informado.
Y el exceso de información, lejos de aclarar, suele nublar. Un líder del siglo XXI no necesita más datos: necesita más criterio.
¿Quién decide cuando tú no decides?
A veces, es el miedo. Otras veces, el colaborador más osado. O peor aún, el contexto. Cuando un líder no toma decisiones, la cultura organiza su propia forma de avanzar: por omisión, por agotamiento o por rebelión silenciosa.
Esto no es una metáfora: es un riesgo real. Los equipos sin dirección clara terminan creando subculturas de supervivencia, donde cada quien toma decisiones aisladas, genera duplicidades o se paraliza esperando aprobación.
El comité de la nada
Conozco una empresa (llamémosla “Comité S.A.”) donde para cada decisión se conforma un equipo, se crean cuatro Excel, y se agenda una reunión para definir si habrá otra reunión. El vicepresidente de una de las áreas, un maestro de la procrastinación con traje de Armani, suele decir: “Aún no tengo todos los ángulos claros.” Traducción: “Me da pánico decidir.” Resultado: la empresa está impecablemente organizada… para no moverse.
Como decía un jefe que tuve: “No decidir también es decidir. Solo que a veces se paga muy caro (o con renuncias masivas).”
Llamado a la acción
Si lideras, lidera. No con certeza, sino con responsabilidad. Aquí van cinco actos de liderazgo imperfecto para salir del pantano de la indecisión:
- Dale un tiempo límite a tu duda. Si necesitas tres días para decidir, no uses cinco semanas.
- Define la “información mínima viable”. Más datos no garantizan mejores decisiones, solo excusas más sofisticadas.
- Aclara a quién debes involucrar y a quién solo informar. No todo es democracia. El liderazgo también implica asumir costos.
- Evalúa el peor escenario y define un plan B. No necesitas eliminar el riesgo, solo mitigarlo.
- Decide. Corrige en el camino. Lidera con iteración, no con parálisis.
Y una más: cuida tu “legado de decisión”. Cada vez que postergas, alguien aprende a no moverse hasta que tú lo hagas. O peor: a ignorarte.